viernes, 17 de abril de 2009

El Club de los 27


Hacia principios del siglo XVII, en las costas norteamericanas comenzaron los primeros desembarcos de esclavos negros. Estos hombres, que eran traídos desde África, trabajaban en los campos de algodón bajo un régimen de esclavitud: hacinados, mal alimentados y perpetuamente maltratados por sus “amos”. Inmersos en la melancolía, entonaban antiguas melodía típicas de su país natal, al principio en sus dialectos naturales: bantú, fon o yoruba; pero al poco tiempo, se volcaron al ingles. Así, los esclavos negros dieron origen a uno de los movimientos musicales más influyentes de la historia. El blues, que ingles significan melancolía, daría lugar, más tarde al rock, luego el punk, el grunge... y una interminable lista de géneros musicales más.
Esto guarda una estrechísima relación con el popular club de los 27. este, uno de los más exclusivos en su especie, está conformado por músicos talentosos, amigos de los excesos y el descontrol. Todos, por su legado musical y su muerte prematura, se convirtieron en leyendas. Y sus fans los recuerdan con un fervor casi religioso.
Uno de los socios más antiguos es Robert Johnson (1911-1938), un famosísimo bluesman que sólo en sus últimos años de carrera alcanzó el genio necesario para ser recordado. En su niñez y adolescencia, el don musical le fue esquivo, pero nunca renunció al sueño de convertirse en una estrella de blues. Hay quienes afirman que, de un día para otro, Johnson adquirió un talento sin igual, pero los que mejor lo conocieron aseguran que el origen este fue “un pacto poco convencional”.
La leyenda cuenta que un día, promediando el atardecer, Johnson se acercó a un lujoso auto negro en el que viajaba una persona de color. Los hombres habrían dialogado unos momentos y, Robert habría firmado – con una cruz, ya que no sabia escribir – una suerte de contrato que le extendió su interlocutor. Se dice que a partir de ese momento, el talento de Robert Johnson aumentó astronómicamente, y sus melodía hermosas e hipnóticas comenzaron a fascinar a las multitudes, hasta convertirse en uno de los bluseros más importantes del siglo XX.
Quienes lo conocieron afirman también que luego de esa tarde si mirada cambió y una extraña e intensa pesadez se posaba en todo aquello sobre lo que el músico fijaba su vista. También su humor se volvió más irascible, colérico y agresivo y su afición por la bebida aumentó, así como los desórdenes que lo atormentaban. Junto con ese contrato, se había ido parte de su vida. El 16 de agosto de 1938, a los 27 años, Robert murió.
Las versiones de su muerte son confusas y diversas. La más canónica afirma que fue envenenado por su cuñado. Lo que sí se sabe es que este personaje inauguró un capítulo penumbroso en la historia de la música popular, del que mucho se habla y poco se conoce. A partir del trágico desenlace de Robert Jonson, hubo una seguidilla de casos similares. Y aunque no se relacionaron estrictamente con el ocultismo, sí se vincularon al mundo del rock y los excesos.
En 1943 nació, en Florida, Estados Unidos, James Douglas Morisson. Amante de la poesía, la prosa de Nietzche y el cine, Jim fue compañero de Francis Ford Coppola en la Universidad de cine de California, hasta que decidió abandonarla luego de un episodio desagradable en que sus compañeros y profesores desaprobaran un cortometraje que proyectó en la Universidad. Cuentan que un atardecer caminaba por la playa de Florida sin rumbo fijo, cuando se topó con Ray Manzarek, un talentoso músico con quien se puso a hablar sobre música y poesía. Jim le mostró algunos de sus escritos y Ray quedó fascinado que ese mismo día, y en esa misma playa, decidieron forman una banda a la que llamarían “The Doors”. A partir de entonces, la fama, el éxito, el dinero, las mujeres y los excesos marcarían la vida de Jim. En 1971, luego de beber un cóctel demoledor de drogas en un Club de París, algo aturdido, llegaría al departamento de su novia para tomar un baño de inmersión. Allí lo encontraría muerto, horas después. Morrisson se había metido al agua con sus famosos pantalones de cuero y exhibía un gesto de adormecimiento en el rostro. Tenía 27 años.
Tiempo antes de este episodio, en 1967, en la lluviosa ciudad de Seattle, nacía un niño rubio y de ojos celestes, de rasgos agraciados y voz entre metálica y ronca: Kurt Cobain. Su infancia plagada de abandonos y abusos, su poca afición a los estudios y una ciudad gris en donde llovía sin parar, lo convirtieron en un joven retraído. Kurt odiaba esto, pero, sin saberlo, estaba en presencia de lo musa que lo influiría durante toda su vida. En su adolescencia comenzó a interesarse por la música y las guitarras, practicaba canciones de Queen y frecuentaba ámbitos relacionados con el rock. Luego viviría su época punk, llena de violencia, pedidos desesperados de justicia y protesta. A los 21 años, formó una banda a la que bautizó “Nirvana”; un hipnótico nombre que se desprendió por el Budismo. Unos meses más tarde, el guitarrista y cantante del trío ya destrozaba guitarras y amplificadores en escena, sumaba cada vez más fans en sus recitales, y el grupo comenzaba a hacerse conocido a nivel nacional. El 5 de abril de 1994, Cobain, que había estado consumiendo heroína y champagne todo el día, necesitaba ordenar las ideas, por eso decidió salir a caminar. Afuera estaba nublado. Por su cabeza daban vueltas miles de cosas: el éxito que ya empezaba a molestarle, su esposa (la tan polémica Courtney Love) que lo sacaba de quicio, las compañías disqueras que lo presionaban... Al llegar a su casa, se disparó un tiro en la cabeza. Así, el músico de frágil aspecto y alma sensible se despedía del mundo terrenal. Detrás, dejaba un legado que hasta el día de hoy perdura y una carta a su hija Frances, en la que explicaba que el mundo sería mejor para ella, si él no estaba. Tenia 27 años.
¿El precio de la fama?
Casos similares a los antes explicados abundan en la extensa historia de la música. La lista de nombres se hace cada vez más larga: Janis Joplin, cantante de rock y blues contemporánea a Morrisson, el talentoso guitarrista de estilo inigualable Jimi Hendrix y, hasta Rodrigo Bueno, famosísimo cantante de música tropical muerto en un accidente de transito... a los 27 años.
Quienes hoy en día están relacionados con la jerga de la música y el rock probablemente hayan oído algún comentario sobre el famoso club de los 27. los que creen en la leyenda afirman que los músicos difuntos vendieron sus almas a cambio de éxito, dinero, mujeres y ...fama. Los más escépticos le atribuyen todo a una simple casualidad.
Brian Jones, el primer bajista y uno de los fundadores de los Rolling Stones, misteriosamente fue encontrado muerto en la piscina de su mansión. La causa exacta de su muerte nunca pudo ser establecida. ¿Su edad? 27 años. Tiempo después, el resto de la banda consagraría un tema que hoy es casi un himno del grupo británico: Sympathy for the Devil (Simpatía por el Diablo).
Todo pareciera indicar que Jones, antes de morir, reveló algo a sus compañeros de banda sobre el club de los 27.
Será cierto, aunque algunos cabos se unen, siempre existirá la duda...

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